El partido ante el filial madridista es una buena muestra de esa máxima que dice que unas sinergias positivas entre todas las partes otorga más probabilidades de tener éxito, contagiando incluso al destino para que por ejemplo, los disparos de tu rival tras rebotar en la madera se vayan para fuera, cuando con unas sinergias negativas se irían para dentro. Futbolísticamente el duelo fue un ida y vuelta continuo, de área a área donde en cada jugada había perfume de gol, que diría el Mono Burgos. A medida que iban pasando los minutos (especialmente en la última media hora del encuentro) el Castilla inclinaba el campo en una sola dirección. Entonces emergía, con una de las mejores actuaciones que recuerdo de un guardameta, la figura imponente de Raúl Lizoain. El cancerbero insular permitió con sus paradas y su seguridad bajo los palos que Las Palmas mantuviera la estrecha renta, hasta que en los últimos minutos llegó la maravilla de Vitolo y Nauzet para cerrar el partido. En el cómputo general me pareció que el Castilla no mereció perder, con dos disparos a los palos y cuatro o cinco paradas de gran mérito de Raúl. La grada y el equipo van de la mano. No hubo reproches del respetable. Hubo aliento. Así debería de ser siempre. Como en el fútbol inglés. Donde debemos ser felices cuando las cosas van bien, y apoyar cuando las cosas van mal o si los nuestros están contra las cuerdas. Lobera, más allá de sistemas o estilos de juego, ha logrado esas sinergias amarillas. La gente está orgullosa de su equipo, y el equipo da físicamente todo lo que tiene sobre el terreno de juego.
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